Tres veces sola porque la reunificación legal nunca llegó
Por Claudia PalaciosEn 2016 Katia tenía 14 años. Por entonces había vivido la mitad de su vida sin su mamá. Como muchos hijos de migrantes salvadoreños se crió con sus abuelos en medio de una algarabía de primos y primas. Tiene memorias felices de esa época, pero también de mucha soledad. «Aunque con mis abuelos, prácticamente estábamos solas. Ellos tenían otros nietos que cuidar y no podían más».
A cargo de Katia estaba su hermana Ana, de siete años. Era una bebé cuando su madre partió hacia Estados Unidos en 2010. La familia esperaba reunirse a través de un proceso legal. Pero los tiempos de la burocracia migratoria eran lentos y la situación del país cada vez más apremiante.
Entre 2014 y 2017, El Salvador atravesó la mayor escalada de violencia desde el fin de la guerra civil en 1994. Según Crisis Group, solo entre 2015 y 2016, se registraron 11,934 homicidios, se duplicó, un alza de 53% comparado con el periodo 2013-2014. La mayoría cometidos por las pandillas que entonces controlaban el país.
Agobiadas por la violencia, miles de personas se marcharon del país, cada una con una historia de miedo. El esposo de una de las tías de Kathia desapareció a manos de las pandillas. Lilian, su prima, comenzó a recibir amenazas. Ambas tenían la misma edad, además de ser cercanas guardaban parecido. «Mi mamá temía que un día nos confundieran y me hicieran algo a mí», recordó.
Pronto, la familia hizo los arreglos necesarios para que Katia, Ana y Lilian salieran rumbo a Estados Unidos guiadas por un «coyote». Cecilia, una tía joven y soltera, decidió acompañarlas para protegerlas.
Así, a la oleada de migrantes se unieron cada vez más niños, niñas y adolescentes. Según la Unidad de Política Migratoria de México, entre 2015 y 2016, se registraron 17,597 menores de edad salvadoreños, presentados ante sus autoridades. Cuatro de cada diez (46 %) viajaban no acompañados.
Unas. Dos. Tres veces
«¿Por qué me trajeron aquí, si se supone que deberían de cuidarme?». Katia se hizo esa pregunta muchas veces durante su viaje. Antes de cumplir la mayoría de edad ya había recorrido tres veces el mismo camino hasta que logró cruzar la frontera.
En el primer viaje, Ana, la hermana menor, quedó desprotegida.
Las autoridades mexicanas detuvieron el bus en que viajaban y se llevaron a Katia, su prima y su tía. La niña se quedó en el bus. «Quizá pensaron que era la hija del conductor, porque estaba sentada a la par de él», cuenta Katia. Su hermanita, con solo 7 años, siguió sola el viaje sin nadie de la familia.
Hasta hace algunos años, Katia no podía hablar de su experiencia sin llorar. Las caminatas interminables entre el monte. Las heridas en las manos y los pies. Los trayectos claustrofóbicos en camión. Las personas que se perdían en el camino. La sed y el hambre. Los abusos y el acoso que sufrió por parte de guías, otros migrantes y extraños en el camino.
La migración irregular está llena de riesgos para todas las personas, pero los menores de edad se encuentran en mayor vulnerabilidad. El Instituto de Política Migratoria de México registró en 2024 por lo menos 35,729 migrantes menores de edad víctimas de violación; 24,766 menores víctimas de extorsión; 19,354 víctimas de trata de personas; y 16,566 víctimas de secuestro en todo el territorio nacional.
Su hermana menor había sido entregada a las autoridades estadounidenses y su madre había comenzado el proceso para recuperarla. Eso marcó su decisión de volver al camino. «Dije que sí por mi hermanita. No quería que estuviera sola. Yo sentía que tenía que llegar, porque ella casi no conocía a mi mamá y se iba a sentir mejor si yo estaba ahí».
Pero de nuevo la detuvieron en México. Le quedaba un intento.
La tercera vez Katia se quedó sola.
El carro en que viajaba con su tía y su prima se averió. «Unas personas se acercaron a ayudarnos, yo tuve que acompañar a uno de ellos a buscar el taller para no causar sospechas. Al regresar, Migración se había llevado a mi familia y a la guía que manejaba el carro».
El guía la recogió donde había encontrado refugio y la llevó hasta la frontera. Cruzó el río en lancha junto a un adolescente de 16 años. Les instruyeron: corran hasta encontrar a la Patrulla Fronteriza. De lo contrario debían cuidarse de los animales en el desierto, como serpientes. Por suerte la Patrulla los encontró y llevó a un hogar de refugio con decenas de niños y niñas donde permaneció mes y medio. Hasta entonces se reunió con su mamá y Ana, su hermanita.
Katia se incorporó a la escuela donde encontró otros adolescentes migrantes. Como ella, hablaban poco inglés y se adaptan a la vida en un país nuevo. También asistió a terapia para sanar los traumas que le provocó el viaje. «Me costó mucho tiempo perdonarme a mí misma y a mi mamá por todo. Sentía que yo también me había puesto ahí, que yo había decidido seguir. He llegado a pensar que todo tuvo un propósito. Mi mamá buscaba que pudiéramos tener una mejor vida y más oportunidades. Cada día voy viendo y construyendo ese propósito de estar aquí», dice.
Una organización que defiende a los migrantes la ayudó a ella y a su hermana a pelear una visa juvenil en la corte que conoció su caso. En poco tiempo, obtendrán la ciudadanía permanente… si no se cumple la promesa de Donald Trump de investigar y desnaturalizar a ciudadanos y personas en proceso de residencia. La familia de Katia espera no verse limitada para construir su vida en el país que desde hace años es su hogar.
El flujo de menores no acompañados salvadoreños ha disminuido en comparación con 2016. Pero aún se cuentan por miles quienes lo intentan con los mismos acechos. Entre los años fiscales (octubre a septiembre) 2022 y 2024, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos reportó 266,657 encuentros de menores de edad provenientes de El Salvador, Honduras y Guatemala, en la frontera sur del país. Todos viajaban sin acompañamiento. Solos.